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teresa díaz guzmán

separar-se de la tribu confinament 2020

Separarse de la tribu

separar-se de la tribu confinament 2020

No es casual que las primeras canas en lo alto de mi cabeza hayan aparecido en el 2020 y es que en mi casa –y sospecho que no era algo, como casi nada, que solo se dijera en mi familia– se decía que las canas salían de los disgustos y las preocupaciones. 

De momento me producen extrañeza cada vez que las veo en el espejo y aún no sé si haré algo con ellas. Pero no es tan extraño porque este año ha sido, sin duda, una prueba de fuego en relación a la incertidumbre y la preocupación para la gran mayoría de personas. 

En varios momentos he tenido que usar toda mi energía para dejar de preocuparme improductivamente y parar la espiral de pensamientos victimistas y autodestructivos en que me sentía caer como Alicia cuando fue atrapada por la madriguera. Tampoco soy la única que ha pasado por esto, y no es la peor situación vivida a causa de la pandemia, lo sé también.

El confinamiento y la reducción del contacto social es una situación dura para toda la sociedad, con más o menos consecuencias en función de la posición –más o menos privilegiada según el caso– en que nos encontremos. Nos hemos centrado en el aspecto físico o biológico del virus, lo urgente, y nos hemos aislado… ¡Ay, olvidando lo importante!

¿Qué consideramos ser sociable?

Nunca me he considerado demasiado sociable, entendiendo la sociabilidad como esa cualidad que tienen algunas personas que llegan a un lugar cualquiera y, en menos de diez minutos, han saludado a todas las demás allí presentes, incluso sin conocerlas de antes. Sin duda alguna, esa no soy yo. 

Sin embargo, a pesar de disfrutar de estar físicamente sola, he podido darme cuenta de que soy sociable de otro modo, mucho más reducido. Yo suelo decir que soy de tribu, de mi gente, de esas personas con las que estoy y en lugar de agotar mi energía, la incrementan. Creo que eso también cuenta como sociabilidad, ¿o esto tiene otro nombre? 

La tribu es esa gente con la que compartes valores y formas de ver la vida. Para mí son también el faro que me indica el camino cuando dudo de mí misma.

Eso es lo que me ha robado a mí el 2020. Momentos entrañables y mágicos con mi gente maravillosa que me quiere, a la que quiero, con la que compartir alegrías y también penas que se diluyen simplemente con estar en su compañía. 

¿Qué esperar de 2021?

Esto que han mal llamado nueva normalidad supone haber reducido a cuatro personas mis interacciones frecuentes, tener que pensar en con quién he estado los días previos para visitar a alguien más, hacer celebraciones por tandas contando el número de personas, preguntar antes de dar un abrazo que hace un año se daba por sentado…

A mí, el 2021, que me devuelva la normalidad de antes. Porque es verdad que hay que tomar precauciones, igual que cuando queremos evitar las ITS (infecciones de transmisión sexual). Todo el mundo sabe que la abstinencia asegura no contagiarse pero ¿quién decide apartar el sexo compartido de su vida? Yo, por supuesto que no. Pues lo mismo con el coronavirus: tomo precauciones y asumo el riesgo.

Tocará convivir con este virus que ha venido para quedarse. Y como siempre hay que sacar una lección de todo lo vivido, me quedo con esta como propósito para el año que comienza: sintonizar (más) con la alegría de estar viva y bailar.

Y quien dice bailar, dice también follar, dentro o fuera de la tribu, siempre que se haga bien. 😉 Hacerlo bien significa para mí que tu energía se vea recargada de vuelta a casa o a la mañana siguiente. 

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