
los seis sentidos
Mis pies están fríos por la humedad de los calcetines. Percibo el peso de las botas que llevo, la tensión de los gemelos al moverme y la rigidez de mis rodillas cuando me quedo quieta. También el frescor del aire en contacto con mi piel, en las partes descubiertas, y el movimiento de mi pelo.
Mis ojos miran al frente, ya aclimatados a la poca luz. Descubro el blanco de las olas que mueren sobre el fondo oscuro del agua, los distintos tonos de la arena, la línea más clara formada por las rocas del espigón. Allí, dos personas destacan entre las sombras, probablemente pescadores porque veo un par de luces de posición y supongo que son de las cañas.
El olor no lo sé definir. Siempre es lo más difícil. El olor a mar, obvio, es intenso y se me confunde con el gusto: pegajoso y algo dulzón.
Un sexto sentido me advierte de una presencia junto a mí, algo más alta que yo y, aunque está a mi espalda, sé que me mira. Me sobresalto aunque no llego a sentir miedo. Me giro despacio y no hay nadie que pueda ver a mi lado pero mi estómago sí ha registrado una presencia.
No es la primera vez. Me ha ocurrido en ocasiones y no sé qué significa ni quién es. Me voy acostumbrando aunque no quiero pensar mucho en ello.