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teresa díaz guzmán

girasoles avion

campo de girasoles

Nayra siempre fue una niña muy positiva y, de mayor, siguió viendo el lado bueno de las cosas. Lo que más me fascinaba era su capacidad de dormir en cualquier medio de transporte: nos sentábamos en un autobús y, antes de que arrancara, mientras seguían subiendo pasajeros, ella ya estaba durmiendo. Al principio la despertaba para que hablara conmigo pero, con el tiempo, aprendí a apreciar esa capacidad suya. Y disfrutaba mirándola dormir, a veces sonriente, otras inquieta, tanto como al contemplar las vidrieras de una iglesia, cambiantes según la luz que las alcanzara.

En el avión decidí dejarla dormir pero el sonido de las mascarillas al caer hizo que abriera un ojo, sólo uno, el derecho. Creo que aún estaba adormilada y, por eso, no sintió pánico. Parecen los girasoles del loco de pelo rojo, le gustaba llamarle así porque yo soy pelirrojo. Volvió a su letargo. Besé su frente agradecido y puse mi mano izquierda sobre su derecha, acariciándola. Visualicé los girasoles en mi mente: sus pinceladas cortas, agresivas, la paleta del amarillo al bermellón, el relieve de las cerdas del pincel en la tela… Me convertí en girasol.

*Dedicado a familiares de accidentes aéreos: a mí «me gusta pensar» que fue así.

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